El sábado 31 de marzo a las 21:35 escuché en mi casa “Vaya, si ya se ha acabado la hora del Planeta, voy a encender”. Hasta ese momento estábamos en casa agazapados con una potente linterna como única ayuda para leer el periódico. Nos sentíamos solidarios y comprometidos con la sostenibilidad, aunque nos dejáramos la vista por la causa.
A las 21:40 me di cuenta que ya teníamos puestas dos televisiones, la vitrocerámica para hacer la cena, y toda la casa iluminada. Creo que lo único que no estaba iluminado era el árbol de Navidad porque seguía en el trastero. En apenas 5 minutos nuestra conciencia se había volatilizado.
Iniciativas como “La hora del planeta” son interesantes, y consiguen que se hable a nivel mundial de temas que están relegados a un segundo plano. Si bien es cierto, que la mala didáctica de la acción hace que en la mayoría de los casos el compromiso no pasa de ser una anécdota dedicada a ocupar unos segundo de Telediario con la llamativa imagen de la estatua de la Cibeles sin iluminación.
La frivolidad con la que se trata la iniciativa puede conseguir un efecto contrario al esperado. El objetivo es concienciar y educar, pero para ello hay que comunicar y preocupar. Si se trata el tema de una forma superficial centrando la acción en apagar las luces y no en la buena gestión de los recursos. Si preocupa más la publicidad de la O.N.G. que promueve la acción, que mentalizar sobre el despilfarro energético que cada uno de nosotros realiza en su día a día. Si, como ocurre tantas otras veces con los medios de comunicación, lo que preocupa es la forma y no el fondo, la iniciativa será poco efectiva.
Esta reflexión no es una crítica a la iniciativa, cualquier cosa que se haga en esta línea, siempre sumará algo. Es una llamada de atención sobre la poca capacidad que tenemos para tomarnos en serio el medio ambiente. Ha pasado la hora del planeta, ahora en vez de encender las luces de nuestras casas, debemos iluminar nuestras conciencias y actuar todas las horas del día.