Todos los levantamos por la mañana, nos damos una ducha (la mayoría con agua caliente imagino), algunas nos secamos el pelo con el secador, tomamos un café (que hay que calentar), posiblemente con una tostada (que se hace en un tostador), y luego nos vamos a trabajar. Los que tenemos suerte, como yo, vamos andando, pero el resto o bien van en transporte público, o se meten en un coche y disfrutan del consiguiente atasco hasta llegar al trabajo. Todas estas actividades, rutinarias, que en principio no parecen ser demasiado intensivas en el uso de energía, suponen un importante uso energético si nos podemos a sumar a todo el mundo que hace más o menos lo mismo al levantarse. ¡Y eso sin contar el resto del día!. Estas actividades conllevan a su vez la emisión de gases de efecto invernadero, que si se suman suponen un total, la huella de carbono de cada uno. ¿Habéis hecho alguna vez un cálculo de cuál es el impacto en términos de emisiones de CO2 de vuestras actividades diarias? Es bastante interesante hacer este análisis para hacernos una idea de cómo las cosas más normales, más rutinarias, tienen un importante impacto en las emisiones de gases de efecto invernadero que generamos. Y sobre todo, te ayuda a reflexionar; si yo, con mi rutina habitual, (¡que no es nada excepcional! Pensamos al menos algunos) emito todo esto, ¿cuál es el efecto de todas las personas, por ejemplo de Madrid, haciendo lo mismo todos los días? ¿Y de toda España? ¿Y del mundo entero?.
Pero la siguiente derivada es, si hay tanta gente que hace lo mismo a la vez, seguro que si todos tenemos cuidado en cosas sencillas del día a día, como no poner la tetera con la que caliento el agua hasta arriba cada vez que la uso (y por tanto, cada vez que me quiero preparar una taza de té caliento y recaliento un litro de agua), o apagando en interruptor de la tele en vez de dejarla en stand by, por ejemplo, se tendría que ver un efecto en el consumo energético total, y por tanto en las emisiones de gases de efecto invernadero, ¿no?. Estas medidas de las que hablo son simples medidas de eficiencia energética, con las que limitar el consumo de recursos, que con pequeños cambios prácticamente irrelevantes en nuestro día a día, pueden suponer en agregado un impacto relevante. Muchos de estos cambios son cosas tan simples como utilizar bombillas de bajo consumo, el buen aislamiento de nuestros hogares, o la utilización de electrodomésticos eficientes, pero hay muchos más.
Pero para que estas medidas sean efectivas, el primer paso debería ser que todos seamos conscientes de nuestra huella de carbono y del impacto de esos comportamientos (en los que muchos ni nos fijamos), en las emisiones.
Si esto es relevante para el día a día de cada uno, imaginaros cómo debe serlo para las grandes empresas intensivas en energía. Pero la pregunta es, ¿existe una cultura medioambiental en España por la que las empresas y los ciudadanos somos conscientes de todos estos impactos? Aparentemente no, pero la buena noticia es que hay multitud de iniciativas en marcha para crear esa conciencia y que por lo menos, seamos conscientes de las implicaciones de nuestros comportamientos. Hace nada oí hablar de la iniciativa de la Fundación Entorno- BCDS España que ha puesto en marcha una guía, con el apoyo de 16 empresas, para introducir el concepto de huella de carbono, dar a conocer cómo abordar su cálculo paso a paso, y aportar consejos a partir de la experiencia de las empresas participantes. Esta es una de las iniciativas, pero hay muchas.
El reto es que esta información forme parte de la toma de decisiones de individuos y empresas. Los legisladores por supuesto, deben ofrecer esta información y deben promover medidas con las que mejorar la eficiencia energética en todos los procesos y actividades, tanto públicos, con medidas en las administraciones, pero también promoviendo cambios en el sector privado. Pero nosotros, como ciudadanos, tenemos la obligación de demandar esta información. Una vez que al tengamos, es nuestra la decisión sobre cómo modificar nuestros patrones de consumo, pero por lo menos seremos conscientes de los importantes beneficios que una mejora de la eficiencia energética de nuestro día a día supone en términos medioambientales y económicos, sin grandes cambios en nuestra vida.