Vivo con mi familia en una pequeña granja aislada del mundo donde tengo vacas y un pequeño huerto. Vivimos muy bien gracias a la leche y la carne que da nuestro ganado, y a las frutas y verduras de la cosecha. Somos felices, vivimos en la abundancia, hacemos banquete tras banquete. Todos los días son una fiesta.
Llega el invierno, en el exterior hace mucho frío y dentro de casa estamos muy cómodos al calor de la chimenea. Tenemos víveres suficientes para vivir mucho tiempo y leña cortada de los pocos árboles que había en la zona. Decidimos esperar a que llegue la primavera para volver a cuidar el huerto, y sabemos que las vacas pueden sobrevivir solas tomando pasto sin problemas.
Van pasando los días al calor de la chimenea entre chuletones, leche y verduras. Sólo salimos al frío cuando tenemos que matar otra res.
Ese año el invierno es duro y se alarga, pero nosotros podemos seguir en un día a día de abundancia. Un día, al salir de casa, vemos que sólo queda una vaca. Tras decidir mucho tiempo qué hacer con ella, el hambre nos puede y la matamos para comer. Sabemos que su carne nos da para vivir varias semanas y confiamos en que el invierno no puede alargarse tanto. Con la llegada de la primavera podremos volver a cultivar el huerto para salir adelante.
El invierno se sigue alargando, la leña se gota y las fuerzas merman. Aunque nos duele, sabemos que la única forma de supervivencia será comernos entre nosotros para ganar tiempo y que pase el invierno infinito.