Greenpeace hace balance de los impactos agravados por el calentamiento global y la pérdida de biodiversidad
La situación representan una amenaza clara a la que nos enfrentamos en España y en todo el planeta. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) confirmó el pasado abril que la mortalidad por inundaciones, sequías y tormentas durante la última década fue 15 veces mayor en los países muy vulnerables.
Aun así, no hace falta ir a latitudes más lejanas para confirmar el aumento de vulnerabilidad de la población, ya que la región mediterránea es donde se está apreciando con mayor rapidez el impacto del calentamiento global.
“Cuando hablamos de olas de calor, de sequías o inundaciones, las personas hablan de la naturaleza, que no depende de nosotros. Sin embargo, las decisiones humanas son el origen de eventos extremos, con lo que está en nuestra mano la protección de la biodiversidad» dijo Maria José Caballero, responsable de campañas de Greenpeace.
Temperaturas anómalas y letales
La ciencia deja claro lo que este año 2022 ha confirmado: que el calentamiento global provoca olas de calor más frecuentes y más peligrosas. Se estima que más de tres mil millones de personas vivirán en lugares con temperaturas “casi inhabitables” para 2070.
La definición de la AEMET de “ola de calor”, basada en la ciencia y en los datos, así como los registros y estudios que realiza, deja claro que cada vez se producen más olas de calor, más duraderas y más intensas.
Las olas de calor en España en este 2022 han sido las más largas (un total de 41 días), las que han afectado a más provincias a la vez (44 de las 50 provincias), y las más intensas (anomalía de +4,5 ºC) de toda la serie histórica desde 1975, con récords de temperaturas máximas en muchas provincias.
Estas olas de calor provocan impactos en nuestra salud (problemas mentales, del sistema nervioso y mortalidad), en la agricultura (pérdidas de cultivos), en la ganadería (muerte y estrés físico animal), en nuestros bosques (en riesgo de incendio extremo), en nuestros ecosistemas y en las reservas de agua, entre otros.
Agua escasa, contaminada y mal gestionada
A pesar del espejismo de las últimas lluvias, las reservas actuales de agua embalsada apenas superan el 35,7 % (esta semana). El año hidrológico 2021-2022 ha sido uno de los tres más secos de la serie histórica. Se cierra marcado por olas de calor intensas y con precipitaciones que han sido un 25 % inferiores a la media.
Actualmente, las Comunidades de Andalucía y la parte de Catalunya donde se concentra el 80 % de su población están en situación de alerta por sequía, con restricciones de uso de agua.
Sin embargo, la falta de agua se debe a otros factores. Además de la sequía agravada por el cambio climático, las políticas de un recurso tan vital como este hace que más del 80 % del agua se destine al regadío intensivo e industrial en detrimento de la agricultura más tradicional y familiar y pone en riesgo el consumo humano.
En cuanto a las precipitaciones, a nivel peninsular estamos ante un otoño seco, con un 25 % menos de lluvia de lo normal a finales del pasado mes de noviembre. Sin embargo, durante los 12 primeros días de diciembre llovió más del doble de lo normal en buena parte de la península, según la AEMET.
Grandes incendios forestales
No es casual que un mal año de sequía sea un mal año de incendios. Sin olvidar que el 95 % de los incendios tienen origen humano, un territorio más caliente, más seco y por tanto más inflamable es el escenario perfecto para que ocurra un incendio de alta intensidad.
En 2022 se han quemado 268.000 hectáreas, el triple de lo que se quema de media en los últimos años, con 56 grandes incendios forestales, responsables de más del 80 % de la superficie quemada.
Un ejemplo de estos incendios históricos es el de Losacio (Zamora), con 30.000 personas desalojadas cuatro personas fallecidas, 90 personas heridas, miles de hectáreas de alto valor ambiental afectadas, pérdidas de infraestructuras y de medios de vida de la población rural.
Tras las llamas, las consecuencias negativas de los incendios continúan por largo tiempo, como la contaminación por arrastre de cenizas que afecta a los ríos y recursos pesqueros como el marisco, y restricción de consumo de agua potable por contaminación de cenizas.
Danas, inundaciones: llega el agua de manera torrencial
En España, hay 5 millones de personas que viven en zonas inundables (10 % de la población). La ciencia prevé que el cambio climático provoque una mayor frecuencia de lluvias torrenciales, así como una subida del nivel del mar y, por ello, aumenta el riesgo de inundaciones.
Lejos de hablar de la crudeza de la naturaleza, hay que recordar las actividades humanas que generan el riesgo de inundación: la mala ocupación del suelo, es decir, asentamientos en zonas inundables y la alteración de las dinámicas costeras (alteración de la recarga natural de playas, sobreexplotación de acuíferos, etc).
Los meses de sequía que se alternan con temporadas de grandes aguaceros comienzan a ser una normalidad en el calendario de eventos, tanto que las compañías aseguradoras están comenzando a incluir cláusulas para no cubrir desperfectos por inundaciones.
La gota fría del 1 de septiembre de 2021, de tan solo un día, tuvo indemnizaciones por valor de 78 millones de euros. La del 13 septiembre (13 días), 99 millones de euros. Sin olvidar las 300 personas en España fallecidas en inundaciones en los últimos 30 años.
El mejor plan de rescate: protección del clima y la biodiversidad
El 24 de octubre se aprobó el Plan Nacional de Reducción de Riesgo de desastres Horizonte 2035 que tiene como eje fundamental la mejora de la prevención y respuesta a las crecientes amenazas de todo tipo vinculadas al fenómeno del cambio climático con el Proyecto «Municipio seguro» para abordar la autoprotección.
La única forma de frenar el calentamiento global es dejar de emitir gases de efecto invernadero, que provienen principalmente de la quema de combustibles fósiles.
Por ello, la medida más efectiva para reducir los impactos del cambio climático es que España aumente su objetivo de reducción de emisiones de efecto invernadero desde el actual objetivo del 23 % hasta por lo menos hasta un 55 % en 2030 (con respecto a 1990).
La forma de reducir nuestras emisiones está clara y además proporcionará más ventajas al conjunto de la población que seguir con el sistema tal y como está ahora. Frenar la crisis de pérdida de biodiversidad es igual de urgente que frenar la crisis climática, las medidas de protección de la biodiversidad son esenciales para frenar ambas crisis.
Por ejemplo, proteger ecosistemas naturales como los océanos, pastos, bosques, corales o turberas, así como su uso de forma tradicional y sostenible, es imprescindible para mantener su papel clave en el ciclo del carbono y así reducir el calentamiento global.
El Mundo Ecológico / Greenpeace